Cuenta la leyenda urbana que Albert Einstein se encontró un día con Marilyn Monroe y en esta casual cita de figuras tan pintorescas, cada cual un estereotipo a su modo, ella le habría propuesto matrimonio para lograr tener un hijo con su belleza y la inteligencia del científico; sin embargo, sigue contando el mito, el creador de la teoría de la relatividad general le advirtió a la actriz que la idea podría resultar a la inversa y lograr un vástago con el físico de Albert y la inteligencia de Norma Jean.
Desde luego que esta conversación no sucedió nunca, aunque en el ir y venir de las palabras ha terminado dándose por hecho en el saber popular que sí sucedió.
No lo sé a ciencia cierta, pero se cuenta que Norma Jean tenía un alto coeficiente intelectual. La periodista venezolana Indira Carpio (con cita de RT) dijo que “No era tonta, tampoco rubia. Pero podía ser lo que usted quisiese (…) ella iba a la universidad a estudiar historia y literatura, enamorada del olor a tinta que empapaba letra por letra y la brisa fresca del acordeón de hojas de los clásicos. Incluso muy por el contrario a lo que sentía por sí misma, amaba a los libros” y la periodista, supuestamente, le adjudica un cociente intelectual de 160, aunque el saber popular dice que era de 168, incluso. Tal afirmación puede no ser cierta, en vista de que su vida y nacimiento no coinciden con las clasificaciones que darían medida a ese estándar. En todo caso, como ahora sabemos, ni hay datos de que ella se hubiera hecho alguna prueba, ni es confiable clasificar con dicha prueba la inteligencia de la gente. El IQ no es la medida real de la inteligencia de nadie, pero el hecho de que Marilyn Monroe era genial, bueno, nadie puede dudarlo; tonta y rubia, definitivamente no era.
Por otro lado, en la alquimia del conocimiento del vulgo se piensan tantas cosas que terminan siendo incorrectas o ineficientes, que pueden tranquilamente ser descartadas por ser falsas, aunque “todo mundo las sepa”.
Se dice que la única manera de acceder al conocimiento es dentro de la asistencia a cátedras impartidas en aulas universitarias, siendo menor el estudio en línea en cuanto a calidad que el que se obtiene dentro del edificio de las instituciones (según se dice). Se cree que hay universidades que transfieren su conocimiento junto con su prestigio y esto incluso se cuenta de los colegios, teniendo el mito que un estudiante de una preparatoria privada siempre será mejor que el estudiante de un CONALEP (preparatoria técnica de México). Se piensa que un genio es, o un empresario que a los 20 años logra hacerse de una fortuna con una start up novedosa o un experto en números que logra entrar a la universidad teniendo 15 de edad.
El genio se descarta o se encumbra en nuestra sociedad. ¿Cómo puede la persona promedio aprobar que un número indeterminado de individuos ande por allí teniendo logros intelectuales y personales con sólo el 30% de esfuerzo que los demás? ¿Cómo es posible que lo que a mí me cuesta tantos años de estudio y preparación a este nerd le tome sólo unos meses o lo haga sin siquiera ir a la universidad o bien que pueda alcanzarlo y darse tiempo de lograr otras 3 ó 4 cosas al mismo tiempo? Seguro es un pretencioso fraude. ¿Y esa escritora que no fue a la academia de literatura, pero ya consiguió escribir libros aclamados? Sobrevalorada y producto del mercado. ¿Y el pintor que no se mató por años en clases de artes plásticas, pero está creciendo como un respetado artista? Improvisado y falso. Es claro que, si el genio se esfuerza en algo, la sociedad lo reconocerá porque normalmente se confunde el mérito con el esfuerzo (merecemos porque nos esforzamos); pero la naturalidad, la virtud y el talento causan gran cantidad de celos, mitos y deseos obscuros en la población promedio.
Lo que no se ve es que el que nace con genio también aprende — a otro ritmo, ciertamente — pero de igual modo se esfuerza por conocer; ama, de hecho, aprender cosas nuevas, probar su error, repetir sus intentos, persistir en el experimentar y el averiguar hasta hallar el conocimiento pleno, o suficiente al menos, de lo que desea. Quien nace con talento o virtud igual se ejercita y esfuerza, quizá es que logre más o lo haga más rápido, pero se empeña hasta conseguir lo que quiere. Es autodidacta la mayoría de las veces, porque desconfía de los juicios y compañías de otros, del absurdo acoso de los compañeros de escuela que se sienten superados, criticados o que no lo entienden y desde luego de los mismos maestros que se ven señalados por esa personita problemáticaque debería estar al ritmo de su edad pero que se la pasa llevándole la contra en clase o complementando su cátedra con comentarios extraños.
Conocer, saber, comprender; tres cosas que no son iguales, pero tienen un valor complementario y necesario. Todos buscamos conocer, a veces hay cosas que sólo sabemos porque en nuestra íntima racionalidad hemos llegado a ver con clara iluminación y cuando hemos pensado, comprobado y meditado suficientemente las cosas podemos llegar a comprenderlas. No todos conocemos lo mismo y nadie conoce todo; no todos sabemos lo mismo y poca gente comprende lo que sabe. A veces lo que conocemos está totalmente equivocado pero lo defendemos porque es algo que aprendimos y consideramos nuestro por el esfuerzo o situaciones que nos llevaron a ello. Lo que sabemos también puede ser lógico y certero, pero como no tenemos pruebas u observaciones no podemos afirmarlo, tal como sucedió a Giordano Bruno en el siglo XVI, cuando concluyó que el universo no podía ser como los modelos religiosos lo planteaban e imaginó un cosmos infinito lleno de estrellas donde la tierra no era el centro del universo. ¿Cómo podía el monje observarlo? No había modo, pero, aun así, lo sabía: el modelo del universo enseñado hasta entonces estaba equivocado, pero no tenía pruebas y murió quemado por afirmar tal cosa. Comprender, realmente llegar a asimilar la verdad de las cosas, eso es algo que cuesta, que para genios y no virtuosos es igual de complicado.
La comprensión es la piedra filosofal definitiva. No basta con conocer o saber algo, debemos comprenderlo, asimilar su funcionamiento, imbuirnos de la mecánica que da movimiento o existencia a cualquier cosa. Por ello es muy difícil aprender verdaderamente algo, pero es tan importante hacerlo.
Así pues, cualquiera puede memorizar y mecanizar los procesos necesarios para egresar — incluso con altos reconocimientos — de cualquier institución académica. Podemos convertir cualquier país en un territorio pleno de licenciados, doctores y maestros. El saber popular es amplio, necesario y muchas veces certero, pero también es fabuloso, imaginativo y, como en la historia de Marilyn y Einstein, mitológico. Es la comprensión de las cosas la que no llega por número de libros apilados, por técnicas dominadas o citas referidas sacadas de las afirmaciones de eminencias reconocidas. La comprensión nace de un proceso continuo, el ensayo, el error, la corrección, la comprobación y la asimilación de conclusiones. Comprender algo es el punto final de una carrera que muchas veces, la mayoría de veces, nos lleva a nuevas rutas y conocimientos.
En el mundo actual donde las redes sociales dan voz de autoridad a cualquiera y permite el lucimiento de los esnobs como si de académicos premiados se tratase, es mucho más importante que antes comprender que conocer o simplemente saber. Hoy en día, es más difícil de hallar quien comprenda algo que multitudes que conozcan lo que sea y lo presuman en memes coloridos y mal diseñados. Todos sabemos, pocos conocemos, pero los que comprenden algo son tan escasos y maravillosos como flores en el desierto.
Extraído de mi cuenta de Medium, May 22, 2018.